domingo, 6 de julio de 2008

Gonzalo Báez-Camargo en protestante digital 2

Báez-Camargo, el biblista que servía a Dios

Ya iniciamos la pasada semana una exposición de la vida y la obra de este gran escritor que puso su pluma al servicio del Evangelio. Estudioso de toda la vida, fue un incansable traductor y maestro de Biblia. Educador, poeta, periodista, arqueólogo, lingüista, editor y organizador de proyectos intelectuales evangélicos. Su ministerio estuvo guiado por la convicción de que, como discípulo de Cristo, era necesario cultivar una fe ilustrada.

Como vemos, Báez-Camargo fue un hombre polifacético, y puso al servicio de los cristianos los dones que el Señor le dio. Una de las tareas a las que dedicó mucho de su tiempo y energías fue la traducción bíblica. Él formó parte del equipo que revisó la versión antigua de la Reina-Valera, y la puso al día en cuanto a términos del español usual de 1960. Precisamente de este año es la todavía muy usada, ente el pueblo evangélico, Reina-Valera conocida como del sesenta. Fue uno de los principales traductores de la Biblia Dios Habla Hoy, en la que se usaron equivalencias dinámicas en lugar de criterios literales de traducción

A su erudición le acompañaba la humildad, lejos de él estaba un intelectualismo árido y lejano a las relaciones humanas. De ellos deja testimonio Alfredo Tepox Varela, quien trabajó en el equipo de traductores junto con Báez-Camargo: “Dos veces a la semana llegaba don Gonzalo a la oficina de Traducción de las Sociedades Bíblicas Unidas, días que para mí eran muy especiales pues al despedirse siempre me quedaba yo con una nueva enseñanza suya. De él aprendí a ser objetivo y mesurado en los juicios, y caritativo en las apreciaciones. Cuando alguna vez me atreví –osadías de mi juventud- a diferir de él en algún punto, con tacto y elegancia me enseñó a no ceder cuando se está convencido, pero tampoco a apabullar al neófito, don Gonzalo no vencía, sino que convencía”.

El mismo testigo, impresionado por la enorme productividad de Báez-Camargo, deja constancia de la práctica de un valor que la improvisación pretende, vanamente, suplir: “Un día, al verlo analizar los textos bíblicos con tanta acuciosidad, y sabiendo que era profesor de un seminario y catedrático de una universidad, y que escribía dos editoriales por semana, y que preparaba dos nuevos libros, y que además viajaba ocasionalmente y dictaba conferencias, no pude reprimir mi curiosidad y le pregunté cómo se las arreglaba para hacer todo eso. Con una amable sonrisa en los labios, respondió: ´Alfredo, la respuesta es una sola palabra: trabajo´. Trabajo, sí; pero también método y orden. Porque don Gonzalo jamás daba la impresión de apresuramiento, sino más bien de apacibilidad

Los lectores de la Biblia Dios Habla Hoy debemos agradecer la erudición, amor y pulcritud con las cuales él revisaba los avances de la traducción. De nueva cuenta citamos a Alfredo Tepox, conocedor de los “intestinos” de este arduo trabajo. “Como traductor, a mí me consta que nada hacía ni sugería sin antes verificarlo. La nueva Biblia en español contemporáneo y latinoamericano, que hoy se conoce como Dios Habla Hoy, y en cuya traducción tuve el privilegio de participar, pudo beneficiarse en gran manera de las observaciones y sugerencias que don Gonzalo hizo al borrador preliminar. Porque don Gonzalo fue el consultor exegético de dicha versión. Sus anotaciones manuscritas siempre procuraban recoger aquellas aparentes sutilezas del texto original que, no obstante, daban a la frase traducida su sentido más preciso”.

Recibió innumerables reconocimientos, tanto de organizaciones y centros educativos seculares como de instituciones cristianas de distinta denominación. Uno de sus galardones de amplio reconocimiento en el mundo de habla hispana fue su recepción, el 28 de mayo de 1981, como miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua, correspondiente a la de España. El tema de su discurso fue El concepto de la mujer y del amor en Don Quijote. Tuvo a su cargo la respuesta a la exposición de don Gonzalo, el doctor Antonio Gómez Robledo, quien hizo un hermoso reconocimiento a quien se inició en el oficio de escritor a los trece años de edad: “A partir de entonces, su vida entera no ha sido sino un acto continuo, aunque de tracto sucesivo, de amor a la Palabra subsistente y a la palabra contingente. A la primera la adoración; a la segunda, la entrega total, en cuerpo y alma… Detrás de su producción literaria, impresionante, inmensa, variadísima, está una formación intelectual de lo más esmerado

A Gonzalo Báez-Camargo debemos la traducción de un libro capital para comprender la conformación histórica del mundo espiritual latinoamericano, así como la relación del mismo con la religiosidad española implantada en el Nuevo Mundo a partir del siglo XVI. Nos referimos a la obra del misionero, teólogo y educador escocés John A. Mackay (1889-1983), El otro Cristo español, un estudio de la historia espiritual de España e Hispanoamérica, quien tuvo un fructífero ministerio en América Latina, particularmente en Perú.

¿Qué Cristo traen a las tierras bajo su dominio las tropas y clérigos españoles? Mackay, quien por cierto redacta su libro en México, resume magistralmente su respuesta: “Cristo vino a América. Desde Belén y el Calvario, pasó por África y España en su largo viaje al Occidente hasta las pampas y cordilleras. ¿Pero fue realmente Él quien vino, o fue otra figura religiosa que portaba el mismo nombre y alguna de sus marcas? Pienso a veces que el Cristo, de paso a Occidente, fue encarcelado en España, mientras que otro que tomó su nombre se embarcó con los cruzados españoles hacia el Nuevo Mundo, un Cristo que no nació en Belén sino en Noráfrica. Este Cristo se naturalizó en las colonias ibéricas de América, mientras el Hijo y Señor de María ha sido poco más que un extraño y peregrino en estas tierras desde los tiempos de Colón hasta el presente”.

Larga es la lista de logros alcanzados por Gonzalo Báez-Camargo, lo mismo que extensa es la de quienes vieron en él ejemplo a seguir en los más variados campos. Pero lo que más le interesaba a él era cumplir con la misión que su Señor le había encomendado, la de usar sus dones para sembrar el Evangelio y educar en la fe a los discípulos a su cargo.

Bien sabía que su trabajo se complementaba con el de otros en la extensa familia de la fe. De manera poética plasmó su anhelo, ser fiel a la misión encomendada y su esperanza en que el Padre levantaría otras manos para la siembra y la cosecha.

CUANDO ME LLAMES

Concédeme, Señor, cuando me llames,
que la obra esté hecha:
la obra que es Tu obra y que me diste que yo hiciera.
Pero también, Señor, cuando me llames,
concédeme que todavía tenga
firme el paso, la vista despejada
y puesta aún la mano en la mancera.
Yo sé muy bien que cuando al cabo falte
mi mano aquí, tu sabia Providencia
otras manos dará, para que siga
sin detenerse nunca nuestra siembra.

No hay comentarios: